El papel de los sueños: Ecos del inconsciente y conexión con el Dao

Lectura estimada: 4 - 8 minutos

Los sueños han sido considerados desde la antigüedad como un puente entre mundos: el visible y el invisible, el consciente y el inconsciente, lo humano y lo sagrado. En muchas tradiciones espirituales y filosóficas, lejos de verse como simples residuos mentales o fantasías nocturnas, los sueños se entienden como mensajes cifrados del alma, ecos de lo profundo o expresiones del orden oculto del universo. Soñar ha sido, para sabios, chamanes y místicos, una vía de conocimiento, revelación, transformación y comunicación.

En el ámbito interior, los sueños nos invitan a una escucha distinta. Nos hablan en símbolos, emociones y paradojas, desbordando las categorías del pensamiento racional. Nos muestran aspectos de nosotros mismos que el yo diurno tiende a reprimir u olvidar.

Una noche Zhuang Zhou soñó que era una mariposa: una mariposa que revoloteaba, que iba de un lugar a otro contenta consigo misma, ignorante por completo de ser Zhou. Despertóse a deshora y vio, asombrado, que era Zhou. Mas, ¿Zhoi había soñado que era una mariposa? ¿O era una mariposa la que estaba soñando que era Zhou?

Zhuang Zi (庄子)

En ese espacio liminal donde las fronteras se disuelven —¿soy yo quien sueña o soy soñado, como se preguntaba Zhuang Zi?— el alma parece recordar algo esencial. El papel de los sueños, entonces, no es sólo narrativo o psicológico, sino también iniciático: abrirnos a otras capas de la realidad y devolvernos, quizás, a una forma más íntegra de estar en el mundo.

¿Por qué soñamos?

Las culturas tradicionales han visto en los sueños un puente entre mundos, una vía para recibir enseñanzas, sanar heridas emocionales o explorar dimensiones invisibles de la realidad. Al mismo tiempo, la neurociencia moderna ha comenzado a desentrañar el papel que tienen los sueños en la consolidación de la memoria, la gestión emocional y la creatividad. Así, la experiencia onírica aparece como un territorio compartido entre lo biológico, lo psicológico y lo espiritual.

Soñar no es simplemente “dormir con imágenes”. Es un acto natural en el que la consciencia se expresa de formas simbólicas, muchas veces cargadas de significado personal y colectivo. Tanto si consideramos los sueños como espejos del inconsciente, como si los vemos como experiencias transpersonales, lo cierto es que contienen una sabiduría que no siempre se revela de inmediato. Comprender por qué soñamos —y cómo podemos relacionarnos conscientemente con nuestros sueños— abre una puerta no sólo al conocimiento de uno mismo, sino también a una transformación interior profunda.

El acto de soñar es una actividad muy exigente. Consume una enorme cantidad de energía y, durante el sueño, quedamos en un estado de gran vulnerabilidad. Desde el punto de vista evolutivo, resulta difícil imaginar que una actividad tan exigente y arriesgada hubiera perdurado si no ofreciera ventajas claras. Sin embargo, soñar ha sobrevivido a millones de años de selección natural, lo que sugiere que cumple funciones esenciales para nuestra mente y nuestro equilibrio interior1. El sueño tiene un papel fundamental en la restauración del organismo. El hecho de soñar, en sí mismo, cumple también múltiples funciones esenciales para la vida y el equilibrio interior a nivel fisiológico, emocional y simbólico. Estas funciones se pueden agrupar en cinco grandes ejes:

Funciones cognitivas y de aprendizaje

  • Reordenación nocturna de recuerdos y patrones: el cerebro clasifica, prioriza o desecha información durante el sueño, especialmente en las fases NREM.
  • Generalización de aprendizajes: los sueños permiten asociar experiencias dispersas, encontrar conexiones ocultas o sintetizar conceptos.
  • Consolidación de la memoria: se fortalecen huellas mnésicas relevantes (memoria declarativa, emocional y procedimental).
  • Ensayo de situaciones interpersonales: soñamos con vínculos, conflictos y relaciones, ensayando posibles respuestas o formas de afrontamiento.

Funciones adaptativas y evolutivas

  • Ensayo de amenazas (Revonsuo): los sueños simulan situaciones peligrosas para preparar al organismo ante eventos reales.
  • Preparación para la acción inmediata: el cerebro se mantiene activo incluso en reposo, posiblemente como mecanismo de defensa ancestral (por si es necesario despertar y reaccionar de inmediato).

Funciones emocionales y terapéuticas

  • Procesamiento y digestión emocional: los sueños metabolizan afectos no resueltos, como el duelo, el miedo, la frustración o el deseo.
  • Valor terapéutico: al revivir y transformar situaciones simbólicamente, los sueños pueden ofrecer insights, cierres o sanación interna.
  • Reducción de la carga afectiva: reorganizando emociones asociadas a experiencias recientes, el sueño reduce el impacto emocional al día siguiente.

Funciones simbólicas y de integración psíquica

  • Diálogo con el inconsciente: los sueños proyectan símbolos, arquetipos y conflictos que buscan ser reconocidos y elaborados.
  • Narración interior: soñamos para contarnos quiénes somos, qué sentimos y hacia dónde vamos. El sueño actúa como un espacio de construcción del yo.
  • Exploración de lo inefable: sueños lúcidos, visionarios o profundamente simbólicos permiten tocar dimensiones no ordinarias de la psique.

Funciones espirituales y contemplativas

  • Despertar dentro del sueño: en muchas tradiciones, el sueño es una práctica de consciencia y una oportunidad para entrenar la lucidez.
  • Acceso a estados ampliados de conciencia: el sueño puede ser puente hacia experiencias místicas, guías interiores o intuiciones profundas.
  • Práctica deliberada de transformación interna: como en el yoga del sueño, se usa el estado onírico para cultivar virtudes o disolver velos del ego.

Los sueños y el alma etérea (hun)

Durante el día, el alma etérea (hun) reside en los ojos y se aloja en el hígado durante la noche. Cuando reside en los ojos, ve; cuando reside en el hígado, sueña.

El Secreto de la Flor de Oro (太乙金華宗旨)

El Hun (魂), o alma etérea, es el espíritu asociado al Hígado y vinculado al movimiento, la visión interna y externa, la imaginación y los sueños. Durante el día, el Hun se proyecta hacia los ojos, permitiéndonos ver y conectar con el mundo a través de los sentidos. Por eso se dice que “el Hígado se abre en los ojos”, y que nuestra percepción visual —en sentido literal y simbólico— depende del estado del Hígado y su Sangre. Ver con claridad implica que el alma etérea fluye libremente, sin obstrucción ni dispersión.

Por la noche, mientras el cuerpo descansa y los sentidos se apagan, el Hun se retira al interior y comienza a “vagar”. En ese viaje, que ocurre durante el sueño, el alma etérea explora otros planos: memorias, emociones no resueltas, arquetipos, mundos invisibles. De ahí que los sueños sean considerados una expresión directa del movimiento del Hun. Si el Hígado se encuentra en armonía y la Sangre es abundante, los sueños serán claros, fluidos y reveladores. Pero si hay calor, estancamiento o deficiencia, el Hun se dispersa o se agita, dando lugar a pesadillas, insomnio o sueños caóticos.

Conexión con el Dao: La Mente Universal

Relación entre el Alma Etérea y la Mente Universal

Desde una perspectiva influida por el budismo y la medicina china, podríamos decir que la Mente representa la consciencia individual, mientras que el Hun, o alma etérea, actúa como un puente entre la mente personal y la Mente Universal. En la psicología junguiana, este campo común se corresponde con el inconsciente colectivo, un depósito vasto de arquetipos, símbolos e imágenes universales2.

Estos contenidos pueden aflorar a la consciencia a través de mitos, sueños y símbolos, especialmente en estados como el sueño o la meditación profunda. El Hun, al moverse libremente entre lo visible y lo invisible, permite que estas imágenes emergentes toquen nuestra mente consciente. Así, soñar o imaginar no es solo un acto interno, sino una forma de dialogar con lo profundo, de traer al presente ecos de lo ancestral, lo transpersonal o lo sagrado.

Durante un periodo de intensa introspección el psicólogo Carl Gustav Jung, fundador de la psicología analítica, comenzó a experimentar una serie de visiones y fantasías activas que lo llevaron a entrar en contacto con figuras interiores de gran fuerza simbólica. Una de las más significativas fue Filemón, un anciano sabio que apareció en sus sueños y diálogos internos como una presencia autónoma. Jung no lo consideraba una simple creación de su imaginación, sino una figura viva del inconsciente, con pensamiento propio. Según él, Filemón encarnaba una sabiduría profunda que trascendía su ego personal, y le enseñó que no todos los pensamientos que uno tiene provienen de uno mismo. En sus propias palabras: “Filemón representaba una fuerza que no era yo. Él me enseñó que hay pensamientos que no provienen del yo.”

Soñar es mucho más que una función biológica o un fenómeno mental: es un acto íntimo del alma, un espacio donde la consciencia se libera de sus formas habituales y explora lo que no siempre puede decirse con palabras. Ya sea visto desde la neurociencia, la psicología profunda o las tradiciones espirituales, el sueño revela una dimensión en la que lo personal y lo universal se entrelazan. Los símbolos, las imágenes, los encuentros y los paisajes oníricos son mensajes, espejos, heridas o umbrales, y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de escucharlos con mayor atención y acceder a una fuente de conocimiento usada desde tiempos ancestrales. 

Sobre el autor:

Foto David bW

David Quiroga

Estudio, experimento y escribo, intentando siempre seguir este orden. Explorador del equilibrio entre el cuerpo físico, energético y espiritual, con años de experiencia en terapias tradicionales. Practicante de artes marciales y técnicas de meditación asiáticas, encuentro en la naturaleza y la montaña mi refugio e inspiración.

 

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